A principios de verano del año 1974 mi padre me envió al sur de Inglaterra a aprender la lengua bárbara tan extendida en el planeta. El día que llegué, Mr. Gordon que debía acogerme por todo un mes, me llevó a su "hogar", me presentó a su familia y me dejó tirado en el pequeño jardín trasero de su casa mientras su esposa preparaba la cena. Era de forma redonda, (el jardín trasero, no la esposa... bueno, también. Me refiero a ella no a su tras... vale, vale, dejémoslo), de unos cincuenta metros cuadrados, cuatro de radio más o menos. En el centro un agujero y en los bordes, a modo de horas de un reloj, doce números romanos de latón clavados en el césped. Sobre la hierba un viejo putter Scotty Cameron y una bola. Los cogí, coloqué la bola junto al número 1 y pateé.
La primera vez que veía un palo de golf, la primera que lo usaba y a la primera emboqué. Pensé, creí saber, que este deporte estaba especialmente diseñado para mí. ¿Opinan que me equivoqué? Quienes sean jugadores saben que así fue, porque este juego maldito te engancha para toda la vida y durante toda la vida se empeña en decirte, día a día, que no esta hecho para ti, que no sirves para esto, que nunca podrás dominarlo y que es él y siempre será él quien te someta a sus caprichos.
Pero en fin, desde aquel día me obsesioné con el juego y hasta ahora no lo he dejado. No soy buen jugador y sé que nunca llegaré a serlo, pero encontré la fórmula para ganar algunas partidas a mis amigos y sus correspondientes cervezas en el hoyo 19. Nada de gastar mis ahorros en un nuevo driver que me diera 10 o 15 metros más, o comprar bolas de las que cuestan cuatro euros la unidad. No, no. Tenía que especializarme en algo definitivo e irrefutable. Y así lo hice: en las Reglas del Golf.
Estudié, leí, navegué y he llegado a tener un conocimiento de las mismas que me ha permitido rebajar mi score al tiempo que grabar el de mis competidores quienes me miran atónitos al decirles “apúntate dos más” cuando infringen alguna Regla.
Edito este blog para aquellos jugadores que se interesan por las Reglas del Golf, los perfeccionistas. Pero especialmente, para los que la tarde del domingo salen del campo desesperados, cabizbajos, alicaídos, para los que cada día hacen menos distancia, fallan cortísimos putts  o no consiguen salir de bunker ni pa god.
            Estos apuntes están dedicados a aquellos que como yo, treinta y siete años después de aquel verano del 74, aún siguen yendo a clases de golf… y de inglés.